
Un sello para conmemorar Nicea: 1700 años de fe compartida entre memoria y esperanza
A mil setecientos años del Primer Concilio ecuménico de la Iglesia, el pasado 27 de mayo el Servicio de Correos y Filatelia del Vaticano conmemoró este aniversario con una valiosa hojita filatélica que aúna belleza artística y profundidad teológica. El sello, tomado de uno de los frescos del majestuoso Salón Sixtino de la Biblioteca Apostólica Vaticana, representa con gran fuerza evocadora la asamblea de Nicea, convocada en el año 325 d.C. por el emperador Constantino.
En el centro de la composición destaca el libro de los Evangelios, corazón palpitante de la fe cristiana. A su alrededor se dispone un coro de obispos y legados pontificios, retratados en el solemne acto de condenar la herejía arriana. El fresco —y con él, el sello— expresa la profunda autoridad espiritual de esta primera gran asamblea conciliar, simbólicamente confirmada por la presencia del Apóstol Pedro y del Padre, que subraya la consustancialidad del Hijo al tomarle de la mano. Al fondo, el emperador Constantino observa y respalda el acontecimiento, testimoniando la histórica alianza entre la autoridad civil y la religiosa al servicio de la verdad.
A diecisiete siglos de distancia, el mensaje de Nicea conserva una sorprendente actualidad: recuerda la centralidad de la fe en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, en un contexto en el que —como recordó León XIV en la Santa Misa Pro Ecclesia con los cardenales, el pasado 9 de mayo— “Jesús, aunque valorado como hombre, queda reducido simplemente a una especie de líder carismático o de superhombre”.
Nicea habla también a la Iglesia de hoy: reafirma el valor de la colegialidad episcopal y la necesidad de una verdadera sinodalidad, capaz de discernir en común, a la luz del Espíritu, los caminos de la fe. Y finalmente, sugiere un compromiso concreto: renovar el anhelo de una fecha común para la celebración de la Pascua entre todas las confesiones cristianas, como signo visible de unidad en torno al acontecimiento central de la salvación.
Un pequeño sello, por lo tanto, se convierte en instrumento de anuncio: memoria viva de un concilio fundamental y, al mismo tiempo, mirada profética abierta al futuro de la Iglesia.
d. Felice Bruno